Cuentos de estrellas
co-existiendo con seres de presencia sublime, dicen que no los ven; yo los he
amado.
Hay historias sin amor
que destilan eternidad, hay finitas secuelas de amor por aquí, por allá; el
infinito está vacío de nosotros, ¿en qué estancia de melancolía nos perdimos?
Recuerdo que tocábamos
luciérnagas en los sembradíos de algodones grisáceos. Tu tormenta era el
relámpago que agitaba la marea alta que soy; ¿el mundo no sabe apreciar los
matices en blanco y negro?
Mi nostalgia representaba
alguna sonrisa en tu guarida, mi enfermedad era un eslabón para tu oscuridad…
éramos, a nuestra amorfa situación, enamorados sin tocarnos.
Las crisis de las estaciones
plantaban arbustos en tu boca: no hablabas, no te escuchaba; ilusionaba que me
amabas. Por mi parte, desbordaba ventarrones que gritaban a media noche cuánto
te amaba, cuánto te anhelaba.
Insomnios que construían
un paraíso boscoso, nublado; con algunos tenues rayos verdeceos que enmarcaban
la arena y tus manos atrapando mis dedos fríos.
La tormenta era un
vaivén de emociones sin freno, sin muestras lógicas de la posibilidad más que
en la retórica.
Fundimos la pasión
entre líneas y suspiros, tú me tomabas; yo te retenía fuerte en el único lugar
cálido que había.
La tormenta cesó, el
cielo calmó su furiosa ansiedad… el mar quedó varado en un naufragio sin rumbo.
Café negro cada
mañana, para encontrar en su aroma un suspiro que me dé aliento.
Mond*
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