miércoles, 22 de mayo de 2013

De la locura I

[Un amanecer cualquiera en domingo sin futbol]

Sonó el reloj, era la hora para olvidar, ella no sabía qué; sólo sabía que la hora marcada estaba latente resonando en el buró, aquel que guardó durante muchas  estaciones atrás, las manecillas sólo marcaban una sombra que no traía nombre.
Se le desvestían los hombros mientras se negaba a levantarse aún. Imaginaba  el cabello grueso y necio de aquel hombre revolcándole la espalda, besándole el primer bostezo contenido de esa mañana nublada. Desnudó el resto de su cuerpo y seguía merodeando las sábanas, inhalando un olor a tierra mojada con ligeros bosquejos de fresas y tabaco.
Tensaba sus piernas y levantaba las manos como si abrazara a alguien, su figura se detuvo en el reflejo de su ventana; miraba hacia el cielo como si buscara algo, a alguien; las gotas de lluvia comenzaban a resbalar discretas.
"Pude quererle más, pudo haberme embriagado más el corazón de amor que la cabeza de ideas estúpidas" - pensaba mientras sus manos frías encontraban su taza de café.
Pasaron 37 minutos mientras ella fijaba sus reclamos a la lluvia que resonaba en sus ojios; los llenaba y vaciaba como si fueran cántaros bajo cascadas; se mutilaba las ganas de grabar aquel nombre en los cuadros de su cuarto.
Desnuda, sale a la terraza; deja que la lluvia la envuelva toda, quería limpiarse los besos que tenía y no le restregó; abría los brazos hacia el cielo para dejarse tomar por las caricias que a cualquiera arrebata una mañana de lluvia.
Un cuarto de hora estuvo dejándose arrastrar por la lluvia, ella sabía que eran las ganas que él se había reservado con ella (al menos de eso se convencía), por miedo a que rompiera -más que las ganas-  aquel corazón temeroso de latir exhalando suspiros de amor.
Regresó a su cama, dejó su cuerpo secar a la escasa luz que el día regalaba, miraba la única fotografía que tenía con él, la volteaba, la arrugaba, la volvía a formar; que belleza haberle dado trozos de su locura.
Ya habían pasado 2 horas desde que ella despertó, entonces escuchó la alarma, ya era hora de prepararse el próximo café.

"¡No se te olvide bajar con ropa!, a Sancho (su perro) siempre le gusta encimarse contigo" - le gritó el hombre al que debía olvidar hacía dos horas.

C o n t i n u a r á  . . .
(Possibly maybe)

Annaira Mond *

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