martes, 16 de julio de 2013

De la ansiedad II


[Algún día, en algún lugar.]

Una taza de té, le contaba la cantidad de líquido en la taza;
se le acabó el fuego a la llamita de la vela a escasos centímetros de sus manos.
Su respiración se atrofia, la cabeza le golpea la razón;
la inestabilidad hormonal le exige doblar el cuerpo,
resguardar las manos entre el vientre y las piernas.
Se siente la fuerza de un par de manos en el pecho,
se contraen los latidos del corazón; se le evapora el aliento.
Empiezan a caérsele las fuerzas de la tensión corporal,
la frente se le empapa de sudor, las extremidades tambalean;
no se puede mover a pesar del esfuerzo.
Las voces... ¡esas voces otra vez!, ultrajan sus oídos,
invaden su realidad efímera , escucha el silencio:
autos, sirenas, las hojas moviéndose fuera de su recámara;
los pasos de los niños corriendo en el pavimento,
su respiración se apaga... Cae, su alma envuelta y con nada.
No murió, le regresó el aliento cuando encontró
los trozos de corazón que quedaban en la almohada.

Mond*


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