martes, 16 de julio de 2013

Volando sin aterrizar I

[Destino: el campo de cerezas]

Te veo sin encontrarte,
conservo un trozo de corazón intacto,
imperfecto.
No te amo, no te amé; sabemos.
Pero te he querido tanto,
te he tenido tan poco,
¿te tuve?
Traigo las alas abiertas,
se impulsan del árbol seco; sin hojas.
Algunas palabras, mucha añoranza...
poco amor, ¿tienes corazón?
Me pareció ver que se lo llevó un fantasma,
ultrajo la miel de tu cuerpo,
lo terso de tu piel, lo escuálido de lo que es querer.
Dejé la caverna de los recuerdos,
pude enseñarte cómo es mi vuelo:
sin atajos, lleno de caos; repleto de toda yo.
[Locura, me llaman; rareza, me ven]
Ya no llueve,
donde hubo pasto verde, se quedó con tierra;
de esa árida que se pega en la piel como recuerdo,
que ensucia el sendero que cruzábamos a ciegas... dicen.
Dormí, cerré los ojos y ya no estabas, no estás.
¿Qué fue del ventarrón que nos empujaba al cielo?
No sé si te caíste tú o me enterré yo.
No existes, ni siquiera en la locura, en la cordura;
sólo tengo rasgos de ti en la extrañeza de tu nombre.

Tal vez no te quise, 
tal vez sólo es que te quiero.
¿Qué eres además de palabras?, ¿mentiras?... 
Sigo volando, las nubes huelen a durazno fresco;
la lluvia me sabe a chocolate con bombones.
El pasto reverdece, el cielo se coloreó sin ti. 
Mi piel siente la cercanía del campo de cerezas,
como el sabor de los besos que te daba
sin que tu notaras cómo te acariciaba en el vuelo.

Annaira Mond* 



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