domingo, 28 de julio de 2013

Duraznos sin almíbar
















[Relatos de un corazón quebrantado]

Olvido el sendero a los campos de cerezas,
encontré frondosos árboles de duraznos en primavera;
era también otoño -tal vez-.

Sus hojitas llenas de telarañas brillaban con el sol,
revoloteaban los colibríes sobre sus brazos;
las nubes convertían en paraíso el sembradía de duraznos.

Desempolvé algunos árboles,
estaban llenos de vivacidad;
entre los duraznos había también manzanas;
y en el centro se habían plantado fresas.

Era un endulzante extraño para mis palpitaciones,
me sorprendía cada vez que me adentraba a su profundidad.
Los duraznos eran grandes y suaves;
de un color suave y con chapitas rojas en su parte superior;
las manzanas; amarillas como el sol, deslumbraban mis labios;
eran dulces y llenaban de versos locos mi querer.

Las fresas estaban en el corazón del cultivo,
las cubría un muro de chocolate y dulce marrón.
Entre más cerca sentía los duraznos, más lejos de mis manos se encontraban.

Quise tener duraznos en almíbar para comer,
beber, cenar; cuidar y prosperar.
Cada siempre sonreía al tener esos duraznos en la mente.
Mi corazón destilaba el almíbar sin querer,
bañaba las manzanas a mi camino,
arrancaba los frutos que no iban con ese querer.

Los duraznos cada vez estaban más al cielo,
menos al alcance de mi corazón poderlos tener.
Al almíbar estaba a punto de desbordarse sobre sus hojas,
esas verdes y vivas hojas espolvoreadas de viento y semillas de otro jardín.

Cayó una tormenta,
eran días de verano ya;
el viento fuerte rompió el espejo del corazón cristalino...
caímos al abismo envuelto en papel de soledad.

Así los duraznos, se quedaron sin almíbar;
así el almíbar; se tiene que quedar en la nevera.

Duraznos sin almíbar, que rompieron un corazón.

Annaira Mond*


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